jueves, 19 de octubre de 2017

Caminar por sí misma – en zapatillas o en tacones



Los derechos humanos y la libertad de acción de la comunidad LGBTI en Honduras

Después del golpe de estado de 2009 se multiplicaron las noticias sobre homicidios contra sindicalistxs, activistas ecologistas y defensorxs de los derechos humanos en Honduras. Entre las víctimas de la represión brutal también se encuentran muchxs activistas que defienden los intereses de lesbianas, gays, bisexuales y personas trans e intersexuales. Sólo en el periodo de 2009 a 2014 fueron asesinadas casi 200 personas LGTBI. El artículo 3 de la Constitución de Honduras establece la igualdad de todas las personas ante la ley: en teoría todo el mundo tiene los mismos derechos, no se permite la discriminación basada en motivos de nacionalidad, origen, género o religión. Pero nada más lejos de la realidad hondureña: en la vida cotidiana de los miembros de la comunidad LGBTI y de sus familias son habituales la discriminación, la exclusión, la agresión, la estigmatización y la violencia. Hasta el 98 por ciento de los delitos de violencia quedan impunes y los delitos de odio todavía hoy no se sancionan como tales.

Anna-Lena Glesinski (Traducción: Julia Eggers) publicado en ila ed. 502
A menudo los propios agentes de policía, militares o fuerzas de seguridad están implicadxs en actos violentos contra la comunidad LGTBI, se cruzan de brazos o se burlan de las víctimas. ¿Cómo es posible denunciar tales actos cuando lxs investigadores mismxs a su vez son lxs autorxs? La así llamada “depuración de la policía” –para la cual hace dos años se creó la Comisión Especial para el Proceso de Depuración y Transformación de la Policía Nacional– se considera una farsa entre los miembros de la población civil.

Miss Arcoiris
De todas las personas afectadas, las más vulnerables son las mujeres trans, ya que en la sociedad todavía hoy es común considerar que sufren de una enfermedad mental. Muchas mujeres trans se ven obligadas a entrar en el trabajo sexual porque no encuentran otro empleo, una situación que incluso ha empeorado desde 2009. A esto hay que añadir que las Maras a menudo exigen a lxs trabajadorxs sexuales que vendan droga por la noche. Tarde o temprano la emigración se convierte en la última esperanza y en la única vía de escape de los peligros a los que están expuestxs en Honduras. La mayoría decide huir a Estados Unidos; con un poco de suerte consiguen pedir asilo ahí. Aquellos miembros de la comunidad que se comprometen con la defensa de los derechos humanos dentro de su colectivo están especialmente sometidos a riesgo. Sólo en el periodo entre junio de 2015 y octubre de 2016 murieron doce activistas por delitos de odio, incluyendo en muchos casos torturas graves.

Paola Barraza fue integrante del grupo de mujeres trans Muñecas de Arcoíris y miembro de la junta directiva de la Asociación LGTB Arcoíris durante ocho años. Durante los meses anteriores a su asesinato había sido víctima de ataques y amenazas de muerte en repetidas ocasiones. En una de ellas fue gravemente herida a las puertas de la organización al ser disparada varias veces. En otro ataque, sus agresores hicieron referencia directa al caso de Angie Ferreira, asesinada en junio de 2015. La muerte de Violeta Rivas, a su vez, muy probablemente está relacionada con su testimonio en el caso Ferreira. El asesinato de René Martínez –que pertenecía al partido de gobierno de derechas, el Partido Nacional de Honduras– pone en evidencia que los delitos de odio van explícitamente dirigidos a todo el colectivo y no a un espectro político en particular. Martínez fue presidente de la Comunidad Gay Sampedrana, una organización de la comunidad homosexual de San Pedro Sula, y fue hallado brutalmente asesinado el 3 de junio de 2016. Según los medios de comunicación había tenido la intención de implicarse más en el partido con el fin de consolidar los derechos de la comunidad LGTBI de derechas en el país.

En los últimos años, el movimiento para la diversidad sexual –y con ello, la comunidad LGTBI entera– ha ganado visibilidad en la sociedad hondureña: en momentos de máxima tensión y amenaza, la comunidad se une y se fortalece a sí misma. Las organizaciones de la sociedad civil sustentan esa tendencia: la Asociación LGTB Arcoíris de Honduras, una de aproximadamente 15 organizaciones LGTBI, vela por los derechos de la comunidad desde 2003. Entre los objetivos de la asociación figuran tanto la organización y el empoderamiento de la comunidad LGTBI como el reconocimiento por parte de la sociedad, la defensa de los derechos humanos, la educación sexual, los derechos reproductivos y el acceso a la asistencia médica. Por otro lado, en las diversas tareas cubiertas por Arcoíris también entra la preparación de los cuerpos de personas asesinadas para devolverlas a sus familias.

Frente a la discriminación, las amenazas y las agresiones que se producen no sólo en el espacio público sino a menudo también en el círculo familiar más íntimo, la organización ofrece un lugar seguro y una sustitución de familia, un lugar donde intercambiar experiencias con otras personas LGTBI y juntarse con amigxs y miembros de la familia en seminarios, formaciones, acompañamiento psicosocial y actividades de ocio. La madre de un joven trans dice: “Estoy orgullosa de formar parte de Arcoíris. Aquí todos somos iguales. El acompañamiento de la asociación me ayudó a aceptar el género de mi hijo. Aquí puedo hablar abiertamente de todo. Aquí encontramos un segundo hogar, un lugar para ser libres.”

Una vez al año se otorga el título de Miss Arcoíris. A diferencia de otros concursos de belleza, aquí no sólo entran en la puntuación los estándares de la pasarela: también se valoran las declaraciones de lxs candidatxs sobre legislación y derechos LGTBI. La Miss Arcoíris en funciones también se pronuncia positivamente sobre la comunidad: “La casa es un hogar, un refugio donde puedo ser yo misma. Supe de la casa Arcoíris a través de una prima. En el momento en el que llegué me sentí normal, como todas las demás. Este es mi sitio. Aquí quiero estar.”
Donny Reyes, líder de la organización, es considerado el “padre” de la familia Arcoíris. Su dedicación incondicional y el calor humano que los miembros de la organización transmiten, proporcionan a las personas recién llegadas una nueva seguridad de sí mismas y las llevan paso a paso a una vida autodeterminada en su identidad real. Empowerment, empoderamiento, aquí significa aprender a caminar por sí misma, ya sea en zapatillas o en tacones.

Mientras tanto, el número de personas que participan en las marchas de protesta en la capital Tegucigalpa aumenta cada año. Lo que en 2008 fue un puñado de activistas LGTBI, durante el año pasado se ha convertido en un grupo considerable de más de 500 personas. Estos avances positivos y la eventual expansión del espacio para una vida libre y autodeterminada de la comunidad LGTBI permiten a los miembros de la Asociación LGTB Arcoíris hacer frente a las amenazas constantes y la criminalización de la organización, que desde hace unos años está bajo protección policial: una decisión difícil teniendo en cuenta la desconfianza hacia las autoridades que vive el colectivo.
Esdra Yaveth Sosa Sierra es coordinadora de la Asociación LGTB Arcoíris de Honduras. Su posición le expone a un riesgo mayor: en 2015 tuvo que huir del país durante un tiempo tras ser perseguida y observada continuamente por desconocidxs.

Gracias al trabajo constante por parte del movimiento por la diversidad sexual y la estrecha red de organizaciones de la sociedad civil a nivel nacional e internacional se registran algunos éxitos importantes en la consolidación de la comunidad LGTBI, entre ellos las reformas de los artículos 321 y 321a del Código Penal. Este artículo tipifica la discriminación por odio o desprecio por motivos de género, religión, origen, nacionalidad, pertenencia a grupos indígenas o afrodescendientes, orientación sexual o identidad sexual como delito con agravantes. Para ese delito se prevé –además de una multa– una condena de prisión de entre cinco y siete años. La pena aumenta si se trata de un acto con violencia.

Sin embargo, las reformas del derecho penal previstas por el presidente actual, Juan Orlando López, frustrarán todos estos esfuerzos. El proceso de reforma se desarrolla a puertas cerradas, y los pocos proyectos que se presentan a la sociedad civil no son significativos; se trata de conferencias de prensa unilaterales por parte del congreso en las que el posicionamiento de las organizaciones no gubernamentales no tiene cabida. 

En respuesta a estas reformas previstas, en septiembre del año pasado la Articulación 611 (una alianza de diferentes organizaciones con el fin de formular críticas y propuestas referente al nuevo código penal) publicó un pronunciamiento y se reunió para demandar que se suspenda la aprobación del nuevo código penal por vulnerar los derechos humanos en Honduras. Según esta alianza, las reformas representarían una grave contradicción con el sistema jurídico del país y de la Constitución.
 
El gobierno actual del Partido Nacional simplemente ignora a la comunidad LGTBI. Muchas víctimas de la discriminación y de delitos de odio señalan la fuerte influencia de la iglesia en un estado supuestamente laico. La cuestión es cómo se pretende que cambie la situación cuando incluso la representante del secretariado de derechos humanos se pronuncia de una manera muy hostil sobre la comunidad LGTBI, negándose a tomar asiento al lado de esta gente “inculta y vulgar”.

La creciente militarización del país y las limitaciones cada vez mayores del margen de acción tanto para organizaciones de la sociedad civil como para lxs defensorxs de los derechos humanos hacen que aumente el número de personas que se ven obligadas a emigrar, en la mayoría de los casos hacia los EE. UU. o Europa. El 30 de junio de 2016, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó la resolución 32/2 que hace referencia a la protección contra la violencia y la discriminación por orientación sexual o identidad de género. Esto es un éxito internacional del movimiento para la diversidad sexual. Cabe esperar que bajo la presidencia de las Naciones Unidas de António Guterres y la observación crítica de la sociedad civil internacional se siga avanzando en esta dirección.
 
La Red Trans en Tegucigalpa (2014): En el centro (en camisa de cuadros), Paola Barraza, miembro de la junta directiva de Arcoíris y asesinada el 24 de enero de 2016; detrás de ella a su derecha Angie Ferreira; tercera a la derecha, Frenesys.Foto: Red Trans